Gustavo
Franco tiene 44 años, se encuentra comprometido hace 25 años con su mujer, con
la cual tiene tres hijos. Se recibió en Licenciatura de Sistemas en la
Universidad de Belgrano pero su vida dio un giro luego de verse agotado por un
ritmo de vida que no lo satisfacía. Decidió conectarse con él, con la
naturaleza y con las personas que lo rodean.
Es un hombre
de tez morena y pequeños ojos negros. Estaba descalzo y se sentó en “indiecito”
en el Espacio CUCOCO -ubicado en el
barrio Saavedra en (CABA)- dispuesto a reflexionar y a charlar conmigo. Tuve el
placer de que cuente las transformaciones que transitó en su vida, cómo se vio
atravesado por un sistema que contamina y nos contamina y las alternativas que
encontró para superar las consecuencias del mismo.
-¿Cómo fue que te abocaste a los
trabajos solidarios?
-Porque
considero que fui evolucionando. Antes, mi vida era trabajar, trabajar y
trabajar y ganar dinero y con eso creía que tenía todo resuelto. Esto fue de
los veinte a los treinta años. Época en la que labure un montón, empecé con
sobrepeso, veía poco a mis amigos e incluso a mis tres hijos y a mi mujer. Me
sentía desconectado, perdido. Después empecé con los cambios y la búsqueda de
ese equilibrio que me faltaba. De los treinta a los cuarenta comenzamos con la
huerta y me hice ecologista, defensor de los derechos naturales y me fui a otro
extremo. Creía que el dinero no servía para nada y así mi economía y la de mi
familia se fue a la “mierda”. Un desastre, quise llenar los huecos que tenía mi
vida pasada y en un momento me di cuenta que no es ni una cosa ni la otra. Que
no está mal tener cosas materiales, uno necesita abrigo también, entre otras
cosas. Hoy en día, sigo haciendo trabajos comunitarios, entre estos está la
huerta, pero empecé a buscar el equilibrio y todo es distinto.
No podía ser feliz en mi abundancia sabiendo que otros estaban necesitando
ayuda y que yo, como todos, podía ayudarlos.
-¿Cómo lograste ese equilibrio y qué
consejos darías para que alguien más lo pueda encontrar?
- Creo que
todo empieza por uno. Si yo quiero cambiar el mundo, tengo que empezar por
cambiar el mío. Por ejemplo, si yo soy un ambientalista pero voy a un súper
mercado estoy, por un lado defendiendo lo agroecológico y natural pero por el
otro estoy premiando a las grandes empresas. En algún momento te das cuenta que
tenés la vida fragmentada. Que no podes cambiar a nadie más que a vos mismo. Pretendés
que el otro cambie cuando uno está dividido, en desequilibrio. Entonces hay que
empezar por ser coherente. Eso es fundamental, la coherencia. El decir y el
hacer van de la mano. Si vos vas y compras una botella de agua ya está, sos
parte del sistema. Hay que tomar conciencia de ello, porque en ese momento algo
te está haciendo pensar que tenés derecho a contaminar y no es así. Somos los
únicos seres que creamos basura, el resto sólo genera nutrientes. Sos parte del
sistema, que es una locomotora a toda velocidad que te lleva por delante y uno
si se pone de frente a pararlo…. sabemos cuáles son las consecuencias. Cada uno
toma sus caminos y tenemos diferentes tiempos, todos vamos incorporando, si
tenemos la inquietud, prácticas más sanas para uno mismo. Yo me puedo ocupar de
mí y si me queda tiempo de los demás. Pero nadie se puede ocupar de hacer los
cambios y planes del otro. Si cada uno se ocupa de sí mismo, de hacer una vida
más sana y más natural, entonces ya está.
- ¿Crees que el sistema en el que
vivimos, contribuye con éstos cambios?
-La
gente cuestiona lo que cree, como se están educando, las reglas a las que
siempre obedecieron o desobedecieron, es decir, qué son las mismas… nosotros
nacimos y las reglas ya estaban hechas. Las incorporamos como naturales, son
montones de verdades indiscutibles porque simplemente son así. Y la verdad es
que lleva mucha energía tratar de ser feliz así, con tanto condicionamiento,
con tanta cosa heredada que uno no sabe ni de dónde proviene. En el momento en
que haces un autoexamen reaccionas mal porque tocas creencias, traumas, cosas
muy profundas de cada uno. Cuando me hice hippie, por ejemplo, me cuestionaron,
me atacaron, me pusieron y me ponen a prueba de que si de verdad sos libre
viviendo así -equivocados o no-. Si te cortas el pelo, como yo hace poco, te
cuestionan todo el tiempo.
A mí me parece que cuando uno se capacita, hace cursos, carreras, entre otras,
está buenísimo. Generamos muchas herramientas, pero se comete el error de que
eso nos va a servir para toda la vida. Yo, cuando aprendí a usar la caladora ¡Quería
cortar todo! Es hasta encontrar el equilibrio y saber cuándo usarlo y cómo
usarlo.
Nos tienen comido el
“coco”, somos ganados que consumimos y actuamos como nos dice el resto, sobre
todo en la “tele”. Cuando la apagamos, que nos parece terrible, ya está. Ese
silencio nos permite cuestionar, reevaluar tu historia y tu vida. Te enojas
cuando te das cuenta de la realidad y pensás que podes salvar a todos. Después
comprendes que si logramos salvarnos y hacernos cargo de nosotros mismos… ¡Uff!
eso sí que es un logro. Sobre todo con los traumas y experiencias que tenemos.
Si en esa evaluación nos damos cuenta de que estamos acá y que tenemos un
presente mejor, entonces aprendimos algo.
-¿Cómo consideras que uno se puede desprender de un sistema que te
condiciona constantemente?
-Si te das cuenta de que
cada vez necesitas menos cosas materiales, vas a ser más libre, por lo tanto
más feliz y sobre todo con más capacidad de decisión. Adquirir esas cosas
implica dinero, el dinero lo tenes si trabajas -y necesitas algo que rinda
mucho-. Te condicionas, sin embargo si viviéramos al ritmo de la naturaleza y
consumiéramos lo que la naturaleza nos da en cada momento del año probablemente
me dé cuenta que los cítricos aparecen en verano cuando tengo que hidratarme,
que los arboles florecen cuando necesito sombra, el diente del león aparece
cuando estoy mal del hígado. Uno empieza a pensar que es una magia increíble
que aparezca éstas cosas cuando lo necesitas.
Tiene una
feria de libre intercambio de bienes materiales que realiza, en comunidad, una
vez por mes en una plaza. Me contó sobre la cantidad de gente que no puede
creer la abundancia que hay y, por lo tanto, consideran que el encuentro tiene
alguna trampa, “(…) todo tan bueno y tan abundante que sospechan” dijo Gustavo
con ojos sorprendidos. En el parque, tiran un par de mantas donde esparcen los
objetos para que las personas tomen lo que necesitan y dejen lo que no. Según
la lógica del permacultor: “Cuando no hay nada que defender porque todos es de
todos, no hay buenos y malos, no hay chorros ni necesitados.
Las reglas que rigen nos convierten en enemigos. Con economía somos distintos.”
Ese es el camino que eligió seguir junto a su mujer, donde, a través de su
huerta, eventos ecológicos y red solidaria fueron aprendiendo a valorar lo
material y dar a los demás sin descuidar lo que es de ellos.